El misterio pascual es el culmen de la revelación y actuación de la misericordia Divina. El relato de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor ocupa un lugar predominante en los cuatro evangelios. Es la parte más extensa. En los comienzos, cuando una persona se acercaba a la Iglesia con el ánimo de conocer la Buena Nueva, se le explicaban, ante todo, los sucesos de nuestra Redención, realizada por Jesucristo con su Pasión y Muerte y, sobre todo, con su Resurrección de entre los muertos. El relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (Misterio Pascual) constituye el núcleo de la predicación cristiana, desde los comienzos. Los restantes datos, que nos narran los evangelios, se fueron incorporando después a esa predicación.Es probable que las dos «confesiones de fe» más antiguas del Cristianismo fueran: la narración de la Eucaristía y la de la Resurrección. A partir de esas confesiones, es posible que se formara el relato central. Esas confesiones de fe habrían dado testimonio de una serie de hechos:
- La conspiración para apoderarse del Señor y entregarle;- La Cena;- El prendimiento;- La Muerte y la sepultura;- La Resurrección. Es muy importante destacar que todos estos relatos expresan la fe de la Iglesia en el designio salvador de Dios. Jesús, en la Última Cena, manifestó claramente que su muerte iba a ser un sacrificio por los hombres y que constituiría la Nueva y Eterna Alianza entre Dios y el Nuevo Pueblo, que es la Iglesia. Como en el Sinaí, la sangre de las víctimas selló la alianza de Yavé con su pueblo, así también, sobre la Cruz, la sangre de la víctima perfecta. Jesús, va a sellar entre Dios y los hombres la Alianza -Nueva-. Con la Nueva Alianza que instituirá la muerte de Cristo, cumplirá Dios su promesa, anunciada por los profetas, de salvar a su pueblo y librarlo de sus pecados. Aunque hay que añadir que Jesús se atribuye la misión de redención universal, es decir, que ha venido a salvar a todos los hombres. Desde la perspectiva de la Resurrección se comprenden los sufrimientos y la muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios. No constituyen, en efecto, el fracaso de un hombre, sino que por la aceptación obediente se convierten en fuente de salvación para todos.En la Pasión y Muerte del Señor se cumplieron todas las profecías sobre el Mesías Salvador, pero además se descubre, como no lo había sido hasta entonces, el amor de Dios por los hombres. El relato de la Pasión no se puede separar del de la Resurrección porque Cristo va a triunfar. A los ojos de los que le rodeaban parecía una derrota y un fracaso pero nunca estuvo tan cerca del triunfo definitivo como entonces. La Pasión es el camino de la Gloria. Pasión y Resurrección son dos fases de un mismo MISTERIO: poner fin a la Alianza Antigua e inaugurar el Reino de Dios. Se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Jesús murió clavado en una cruz el día 14 de Nisán, viernes 7 de abril del año 30. Así se puede deducir del análisis crítico de los relatos evangélicos, contrastados con las alusiones a su muerte trasmitidas en el Talmud (cfr. TB, SanhedrinVI,1; fol. 43a).
La crucifixión era una pena de muerte que los romanos aplicaban a esclavos y sediciosos. Tenía un carácter infamante, por lo que de suyo no podía aplicarse a un ciudadano romano, sino sólo a los extranjeros. Desde que la autoridad romana se impuso en la tierra de Israel hay numerosos testimonios de que esta pena se aplicaba con relativa frecuencia. El procurador de Siria Quintilio Varo había crucificado en el año 4 a.C. a dos mil judíos como represalia por una sublevación.
Por lo que se refiere al modo en que pudo ser crucificado Jesús son de indudable interés los descubrimientos realizados en la necrópolis de Givat ha-Mivtar en las afueras del Jerusalén. Allí se encontró la sepultura de un hombre que fue crucificado en la primera mitad del siglo I d.C., es decir, contemporáneo de Jesús. La inscripción sepulcral permite conocer su nombre: Juan, hijo de Haggol. Mediría 1,70 de estatura y tendría unos veinticinco años cuando murió. No hay duda de que se trata de un crucificado ya que los enterradores no pudieron desprender el clavo que sujetaba sus pies, lo que obligó a sepultarlo con el clavo, que a su vez conservaba parte de la madera. Esto ha permitido saber que la cruz de ese joven era de madera de olivo. Parece que tenía un ligero saliente de madera entre las piernas que podría servir para apoyarse un poco, utilizándolo como asiento, de modo que el reo pudiera recuperar un poco las fuerzas y se prolongara la agonía evitando con ese respiro una muerte inmediata por asfixia que se produciría si todo el peso colgara de los brazos sin nada en que apoyarse. Las piernas estarían ligeramente abiertas y flexionadas. Los restos encontrados en su sepultura muestran que los huesos de las manos no estaban atravesados ni rotos. Por eso, lo más probable es que los brazos de ese hombre fueran simplemente atados con fuerza al travesaño de la cruz (a diferencia de Jesús, al que sí clavaron). Los pies, en cambio habían sido atravesados por los clavos. Uno de ellos seguía conservando fijado un clavo grande y bastante largo. Por la posición en que está podría pensarse que el mismo clavo hubiera atravesado los dos pies del siguiente modo: las piernas estarían un poco abiertas y el poste quedaría entre ambas, la parte izquierda del tobillo derecho y la parte derecha del izquierdo estarían apoyados en los lados del poste transversal, el largo clavo atravesaría primero un pie de tobillo a tobillo, después el poste de madera y después el otro pie. El suplicio era tal que Cicerón calificaba a la crucifixión como «el mayor suplicio», «el más cruel y terrible suplicio», «el peor y el último de los suplicios, el que se inflige a los esclavos» (In Verrem II, lib. V, 60-61).
Sin embargo, para acercarse a la realidad de lo que supuso la muerte de Jesús en la cruz no basta con quedarse en los dolorosos detalles trágicos que la historia es capaz de ilustrar, pues la realidad más profunda es la que confiesa «que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras» (1 Co 15,3). En su entrega generosa a la muerte de Cruz manifiesta la magnitud del amor de Dios hacia todo ser humano: «Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8).
Resurrección de Jesús (Mt 28,1-10; Mc 16,1-8; Jn 20,1-10)
24 El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.2 Al llegar, se encontraron con que la piedra que cerraba el sepulcro había sido removida.3 Entraron, pero no encontraron el cuerpo de Jesús, el Señor.4 Estaban aún desconcertadas ante el caso, cuando se les presentaron dos hombres vestidos con ropas resplandecientes5 que, al ver cómo las mujeres se postraban rostro en tierra llenas de miedo, les dijeron:
— ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?6 No está aquí; ha resucitado. Recordad que él os habló de esto cuando aún estaba en Galilea.7 Ya os dijo entonces que el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores y que iban a crucificarlo, pero que resucitaría al tercer día.
8 Ellas recordaron, en efecto, las palabras de Jesús9 y, regresando del sepulcro, llevaron la noticia a los Once y a todos los demás.10 Así pues, fueron María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago, y las otras que estaban con ellas, quienes comunicaron a los apóstoles lo que había pasado.11 Pero a los apóstoles les pareció todo esto una locura y no las creyeron.
12 Pedro, sin embargo, se decidió, y echó a correr hacia el sepulcro. Al inclinarse a mirar, sólo vio los lienzos; así que regresó a casa lleno de asombro por lo que había sucedido.
En el camino de Emaús (Mc 16,12-13)
13 Ese mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante unos once kilómetros de Jerusalén.14 Mientras iban hablando de los recientes acontecimientos,15 conversando y discutiendo entre ellos, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado.16 Pero tenían los ojos tan ofuscados que no lo reconocieron.17 Entonces Jesús les preguntó:
— ¿Qué es eso que discutís mientras vais de camino?
Se detuvieron con el semblante ensombrecido,18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó:
— Seguramente tú eres el único en toda Jerusalén que no se ha enterado de lo que ha pasado allí estos días.
19 Él preguntó:
— ¿Pues qué ha pasado?
Le dijeron:
— Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo.20 Los jefes de nuestros sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran.21 Nosotros teníamos la esperanza de que él iba a ser el libertador de Israel, pero ya han pasado tres días desde que sucedió todo esto.22 Verdad es que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro23 y, al no encontrar su cuerpo, volvieron diciendo que también se les habían aparecido unos ángeles y les habían dicho que él está vivo.24 Algunos de los nuestros acudieron después al sepulcro y lo encontraron todo tal y como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.
25 Jesús, entonces, les dijo:
— ¡Qué lentos sois para comprender y cuánto os cuesta creer lo dicho por los profetas!26 ¿No tenía que sufrir el Mesías todo esto antes de ser glorificado?
27 Y, empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó cada uno de los pasajes de las Escrituras que se referían a él mismo.
28 Cuando llegaron a la aldea adonde se dirigían, Jesús hizo ademán de seguir adelante.29 Pero ellos le dijeron, insistiendo mucho:
— Quédate con nosotros, porque atardece ya y la noche se echa encima.
Él entró y se quedó con ellos.30 Luego, cuando se sentaron juntos a la mesa, Jesús tomó el pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio.31 En aquel momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista.32 Entonces se dijeron el uno al otro:
— ¿No nos ardía ya el corazón cuando conversábamos con él por el camino y nos explicaba las Escrituras?
33 En el mismo instante emprendieron el camino de regreso a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás,34 que les dijeron:
— Es cierto que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.
35 Ellos, por su parte, contaron también lo que les había sucedido en el camino y cómo habían reconocido a Jesús cuando partía el pan.
Jesús se aparece a los discípulos (Mt 28,16-20; Mc 16,14-18; Jn 20,19-23)
36 Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo:
— ¡La paz sea con vosotros!
37 Sorprendidos y muy asustados, creían estar viendo un fantasma.38 Pero Jesús les dijo:
— ¿Por qué os asustáis y por qué dudáis tanto en vuestro interior?39 Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tocadme y miradme. Los fantasmas no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo.
40 Al decir esto, les mostró las manos y los pies.41 Pero aunque estaban llenos de alegría, no se lo acababan de creer a causa del asombro. Así que Jesús les preguntó:
— ¿Tenéis aquí algo de comer?
42 Le ofrecieron un trozo de pescado asado,43 que él tomó y comió en presencia de todos.44 Luego les dijo:
— Cuando aún estaba con vosotros, ya os advertí que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos.
45 Entonces abrió su mente para que comprendieran el sentido de las Escrituras.46 Y añadió:
— Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día;47 y también que en su nombre se ha de proclamar a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, un mensaje de conversión y de perdón de los pecados.48 Vosotros sois testigos de todas estas cosas.49 Mirad, yo voy a enviaros el don prometido por mi Padre. Quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis la fuerza que viene de Dios.
Ascensión de Jesús al cielo (Mc 16,19; Hch 1,9-11)
50 Más tarde, Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta las cercanías de Betania. Allí, levantando las manos, los bendijo.51 Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.52 Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén llenos de alegría.53 Y estaban constantemente en el Templo bendiciendo a Dios.